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  • Picassent, una joya enclavada en la fértil comarca de la Huerta Sur, se presenta como un lugar donde la tradición y la modernidad se entrelazan en cada rincón. A tan solo 18 kilómetros de la bulliciosa ciudad de Valencia, este municipio respira una atmósfera tranquila y acogedora que, sin embargo, no está exenta de una rica historia y un profundo legado cultural. Su paisaje, dominado por interminables campos de naranjos y datileras, ofrece un contraste perfecto entre la vida rural y la proximidad a la capital, lo que convierte a Picassent en un lugar ideal para quienes buscan el equilibrio entre lo urbano y lo campestre.

    La geografía de Picassent es en sí misma una obra maestra de la naturaleza. Aquí, las suaves colinas se extienden hacia el oeste, mientras que al este, las llanuras se abren hacia la Albufera, creando un escenario cambiante y diverso. A lo largo de su territorio discurre el canal Júcar-Turia, una arteria vital que fertiliza sus tierras y otorga a sus cultivos un verdor que contrasta con el horizonte, donde los campos de cítricos pintan de verde y naranja el paisaje. Este entorno, además de ser un refugio para la agricultura, regala a los visitantes una sensación de paz, como si el tiempo aquí fluyera con más calma, en sintonía con el susurro de la brisa mediterránea.

    Sin embargo, Picassent no es solo naturaleza. Es también una tierra marcada por siglos de historia que se remontan a tiempos inmemoriales. Desde los restos de la Edad del Bronce, que nos hablan de las primeras civilizaciones que habitaron estas tierras, hasta las huellas del esplendor romano, Picassent ha sido testigo de incontables episodios que forjaron su carácter. Pero fue la época musulmana la que dejó una impronta indeleble en la configuración del municipio. Las alquerías que dieron origen al pueblo, como las de Millerola y Espioca, conservan ese aire místico que nos transporta a un pasado lejano. La torre de Espioca, erigida por los musulmanes en el siglo XI, se alza imponente como guardiana silenciosa de ese legado. Esta torre, con su sólida base rectangular, parece desafiar el paso del tiempo, manteniendo viva la memoria de una época en la que Picassent era parte de un sofisticado sistema defensivo.

    El pueblo de Picassent, en tiempos pasados, estuvo protegido por una imponente muralla que lo rodeaba, resguardando a sus habitantes de cualquier amenaza externa. En el corazón de esa fortificación, se alzaba un pequeño castillo que, con la llegada de los cristianos, perdió su carácter bélico para transformarse en una residencia palaciega, reflejo del poder de los nuevos señores. A pesar de que hoy esas murallas han desaparecido, el eco de su presencia aún resuena en las calles del casco antiguo. Al recorrer las angostas y empedradas vías de Picassent, uno puede imaginar las sombras de aquellos muros, que en su día protegieron a generaciones enteras. Las piedras que forman los cimientos de los edificios actuales parecen susurrar las historias de la reconquista, de las batallas libradas y los momentos de triunfo, dolor y esperanza que marcaron el destino de esta tierra. Cada rincón de Picassent cuenta un capítulo de esa historia, convirtiendo el paseo por su casco histórico en un viaje en el tiempo, donde el pasado sigue vivo en cada paso que damos.

    En el centro de la vida espiritual de Picassent se erige, majestuosa y solemne, la iglesia parroquial de San Cristóbal. Construida en 1712 sobre los restos de una iglesia más antigua, este templo no solo es un lugar de recogimiento y oración, sino también un símbolo del legado artístico y cultural que la localidad ha cultivado durante siglos. Su estructura es una fusión armoniosa de estilos renacentista, barroco y churrigueresco, cada uno de ellos añadiendo capas de riqueza estética a la ya imponente arquitectura. Al entrar en la iglesia, la atmósfera se carga de solemnidad, y es imposible no sentir el peso de los siglos que aquí han transcurrido, de las generaciones que han rezado entre sus muros, buscando consuelo y esperanza. A tan solo unos pasos, la ermita de Nuestra Señora de Vallivana, construida en 1738, se alza como un recordatorio tangible de la devoción inquebrantable del pueblo de Picassent. Con su cúpula de tejas azules y blancas, esta pequeña ermita es mucho más que una simple construcción religiosa: es el emblema de la gratitud y la fe, un tributo a la Virgen que, según la tradición, intercedió para salvar al pueblo de una epidemia. Su presencia, al igual que la iglesia, conecta el presente con el pasado, ofreciendo a quienes la visitan un lugar donde historia y espiritualidad se entrelazan.

    La vida cotidiana en Picassent está impregnada de esa misma historia. Las masías que adornan su paisaje rural son testigos de un pasado en el que la nobleza y la burguesía valenciana y madrileña eligieron estas tierras para erigir sus propiedades. El Mas de Reig y la Masía de Espioca son dos ejemplos de la riqueza y el prestigio que una vez impregnaron esta comarca. Estos señoriales edificios, con sus fachadas imponentes y sus amplios terrenos, no solo cuentan la historia de un enclave agrícola próspero, sino también de un refugio donde la élite buscaba tranquilidad y poder. Las masías, algunas aún en pie, otras convertidas en recuerdos de un tiempo pasado, muestran la compleja relación entre el campo y la ciudad, entre la nobleza terrateniente y la vida rural. Picassent ha sido un lugar donde las manos trabajadoras de los campesinos labraron la tierra para alimentar a sus familias, al mismo tiempo que las élites observaban desde sus lujosas estancias, configurando así un microcosmos de la sociedad valenciana de la época. Hoy, estos vestigios nos invitan a reflexionar sobre las transformaciones sociales y económicas que han dado forma a la Picassent contemporánea, un lugar donde el pasado y el presente conviven en armonía.

    Pasear por las calles de Picassent es emprender un viaje en el tiempo. Las casas burguesas del casco urbano, como la Casa Chanzá o la Casa Fontavella, nos cuentan historias de familias de medianos propietarios agrícolas que, generación tras generación, han tejido el entramado social y económico de la localidad. Cada fachada, cada balcón, es testigo mudo de la vida que se ha desarrollado a su alrededor, de las celebraciones y los momentos cotidianos que han moldeado el carácter de este lugar único.

    Así, Picassent se revela no solo como un municipio más en el mapa de la Comunidad Valenciana, sino como un rincón cargado de alma y de emoción. Un lugar donde la historia, la naturaleza y la tradición se entrelazan para ofrecer a quienes lo visitan una experiencia profunda e inolvidable. Aquí, entre los naranjos y las colinas suaves, late el corazón de un pueblo orgulloso de su pasado, pero siempre mirando hacia el futuro con la esperanza y la fuerza que solo las raíces bien arraigadas pueden proporcionar.