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  • Catarroja, ese encantador rincón del País Valencià, donde la tradición se funde armoniosamente con la belleza natural, es mucho más que un simple municipio enclavado en la comarca de l'Horta Sud. Está a apenas 8 kilómetros del vibrante y bullicioso corazón de València, pero en cuanto te sumerges en sus paisajes y en la esencia de su tierra, sientes que has sido transportado a un mundo propio, un lugar en el que el pasado se entrelaza de manera mágica con la cultura y la naturaleza, envolviéndote en una atmósfera irresistible. Aquí, en Catarroja, cada rincón cuenta una historia que espera ser descubierta.

    Geográficamente, Catarroja se extiende sobre una vasta y fértil llanura aluvial que ha sido moldeada pacientemente por el tiempo y la naturaleza desde el Mioceno. Aunque esta descripción pueda parecer algo técnica, lo que te ofrece esta tierra es un espectáculo natural digno de ser contemplado: la majestuosa Albufera, un inmenso y sereno espejo de agua que parece extenderse hasta el infinito. En este rincón tan especial, las barcas tradicionales navegan con tranquilidad sobre sus aguas, y los atardeceres pintan el cielo con una paleta de colores cálidos y vibrantes que transforman el horizonte en una obra de arte viviente. El puerto de Catarroja es un lugar lleno de vida y emoción, un hervidero de actividad que ha sido durante generaciones el verdadero bressol (cuna) del icónico y delicioso plato valenciano, el all i pebre. Esta especialidad culinaria tiene como base la anguila, pescada fresca en las mismas aguas que bañan la Albufera, y su sabor es una representación perfecta de la rica tradición gastronómica local. Aquí, cada marea que sube, cada jornada de pesca que comienza con el primer rayo de sol, cuenta una historia ancestral de hombres y mujeres que han vivido durante siglos en armonía con el agua y el arroz, dos elementos que son el alma misma de Catarroja.

    Al caminar por los vastos campos que rodean el municipio, te encuentras con los extensos cultivos de arroz, que se extienden en un mar verde hasta donde alcanza la vista, como si fueran las mismas aguas de la Albufera transformadas en tierra. Estos campos están salpicados de pequeñas casetas, construcciones sencillas pero cargadas de historia, que protegen los antiguos motores de agua que, durante generaciones, han mantenido vivo el ciclo agrícola de la región. Mientras paseas, el dulce aroma de los huertos de naranjos, que rodean muchas de las parcelas, perfuma el aire con una fragancia inconfundible que te recuerda la cercanía de la naturaleza. Este paisaje, lleno de vida y de colores, es la poesía de la vida diaria en Catarroja. Es un lugar donde cada rincón respira historia, donde la naturaleza es una protagonista silenciosa y el esfuerzo constante de su gente es evidente en cada cultivo y en cada casa. Y si todo esto no fuera suficiente para cautivarte, el clima mediterráneo, suave, templado y siempre cálido, parece envolver el municipio en una caricia constante, haciendo de Catarroja un lugar que invita a ser disfrutado sin prisas.

    Pero Catarroja no es solo naturaleza, es también un lugar donde la historia late en cada esquina y donde el pasado se manifiesta en sus calles, en sus edificios y en sus tradiciones. Imagina por un momento que pudieras viajar en el tiempo hasta la época romana, cuando en estas mismas tierras se levantaban asentamientos que hoy, aunque en silencio, siguen siendo testigos de un pasado lejano y glorioso. No obstante, fue durante la dominación musulmana cuando la identidad de Catarroja comenzó realmente a forjarse y a tomar la forma que hoy conocemos. En el año 1238, tras la reconquista cristiana, el rey Jaume I otorgó estas tierras a Pelegrí d'Atrossillo, un caballero fiel a la corona, y desde ese momento, Catarroja ha sido escenario de una rica historia llena de luchas, conquistas, éxitos y derrotas, pero siempre marcada por un espíritu indomable que ha caracterizado a sus habitantes.

    A principios del siglo XIV, Catarroja se encontró en medio de una disputa épica que marcaría su historia para siempre. Berenguer Dalmau, un noble originario de Girona, se negó a pagar los diezmos correspondientes a la iglesia, desafiando abiertamente la autoridad eclesiástica. Este acto de rebelión, que contó con el apoyo de muchos aldeanos, le costó la excomunión, un castigo severo en aquellos tiempos, pero también dejó una profunda huella en la memoria colectiva de la villa. Fue en el siglo XIV cuando Catarroja recibió el prestigioso título de villa, un hito que la elevó de ser un simple asentamiento agrícola a un centro de importancia en la región. Durante los siglos siguientes, especialmente en el contexto de las Germanías del siglo XVI, Catarroja jugó un papel estratégico tanto en las luchas políticas como en el comercio, lo que consolidó su posición en la historia del Reino de Valencia.

    El agua, siempre presente en la vida de Catarroja, ha sido el hilo conductor que ha tejido la historia de la villa a lo largo de los siglos. En el siglo XVII, cuando se inició la desecación de la Albufera para ganar tierras de cultivo, el arroz emergió como el principal cultivo de la región, transformando la economía local y convirtiendo a Catarroja en un referente agrícola. Sin embargo, el desarrollo también trajo consigo momentos de conflicto y sufrimiento. A inicios del siglo XIX, un motín popular estalló en la villa debido a la falta de alimentos y a la presión de los derechos feudales, un episodio de caos y desesperación que, aunque trágico, demostró una vez más la resistencia y el espíritu indomable de los habitantes de Catarroja. Más tarde, durante la Guerra de la Independencia, el general francés Hanspe instaló su cuartel general en la villa, ocupando sus calles y sus plazas. En el siglo XIX, Catarroja también tuvo que enfrentar una devastadora epidemia de cólera que se cobró muchas vidas, pero como siempre, la villa resurgió con fuerza tras cada adversidad.

    Hoy en día, Catarroja es un crisol en el que la tradición y la modernidad coexisten en perfecta armonía. Aunque la pesca ha dejado de ser la principal actividad económica, los vastos campos de arroz siguen marcando el ritmo de la vida en la villa, recordando su pasado agrícola. Al mismo tiempo, el crecimiento industrial ha dado lugar a un próspero polígono industrial, donde numerosas empresas innovadoras representan el futuro y el dinamismo económico de la región. Aunque el último rajolar (fábrica de cerámica) cerró sus puertas a finales del siglo XX, el legado de la industria cerámica sigue presente en la memoria de los habitantes, un testimonio del pasado productivo de la villa.

    Sin duda, uno de los aspectos más fascinantes de Catarroja es su capacidad para reinventarse sin perder de vista sus raíces. A pesar de los cambios que ha experimentado a lo largo de los siglos, los catarrogins llevan en su sangre una profunda pasión por su tierra, su cultura y su historia. Este sentimiento se hace palpable en cada rincón, en cada celebración y en cada mercado, como los que se celebran religiosamente cada martes y viernes, llenando las calles de vida y color. Las fiestas patronales, que se celebran en septiembre, son otro ejemplo de la vibrante vida cultural de la villa, donde las tradiciones se celebran con entusiasmo y alegría, transformando cada rincón de Catarroja en un escenario de música, danza y devoción.

    Catarroja no es solo un lugar en el mapa; es una experiencia para los sentidos, un viaje en el tiempo a través de su historia, un reflejo del espíritu valenciano más auténtico y puro. Aquí, en este rincón de l'Horta Sud, el pasado y el presente se entrelazan de manera mágica, y el futuro siempre parece estar lleno de promesas y oportunidades.