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  • Paterna es una localidad donde las piedras hablan y cada rincón te invita a viajar en el tiempo. Situada a tan solo 5 kilómetros de la vibrante ciudad de Valencia, esta villa de la Huerta Norte es mucho más que un simple satélite de la capital. Paterna, con sus 72 mil habitantes, late con su propia historia, una historia rica en contrastes, tradiciones, y una modernidad que no ha olvidado su pasado.

    Desde los albores del Neolítico, Paterna ha sido testigo de la vida en la fértil ribera del río Turia, donde las primeras civilizaciones encontraron refugio y sustento. Las huellas de estas comunidades primitivas, que se asentaron en este enclave estratégico, hablan de una conexión profunda con la naturaleza y el paisaje que los rodeaba. Sin embargo, fue en la época romana cuando la verdadera alma de Paterna comenzó a forjarse. Lo que en un principio fue una villa agrícola, sencilla y pacífica, con el tiempo se transformó en un vicus, un pequeño pero dinámico núcleo habitado que prosperó en el siglo III d.C. A medida que los siglos pasaban, la villa adquirió importancia, con un creciente entramado urbano que, en muchos aspectos, sigue vivo hasta hoy. Pasear por las calles de Paterna es una experiencia inmersiva en el tiempo: sus sinuosas vías, herederas del intrincado trazado urbano musulmán, cuentan las historias de épocas pasadas, especialmente en torno a la plaza del Poble. En este lugar, antaño dominado por un imponente alcázar musulmán, las huertas se extendían en un vasto mosaico verde, testimonio del ingenio y esfuerzo de sus habitantes, quienes con dedicación canalizaban el agua hacia sus cultivos.

    Pero la grandeza de Paterna no se limita a su rica historia urbanística ni a los monumentos que adornan sus calles; reside también en las profundas tradiciones que han definido su carácter a lo largo de los siglos. Durante la Edad Media, la ciudad alcanzó renombre gracias a su destacada producción cerámica, convirtiéndose en un referente en toda la región. Los socarrats, piezas cerámicas decoradas con motivos artísticos y simbólicos, representan uno de los más altos exponentes de ese floreciente arte. Estas placas, utilizadas para decorar techos y muros, eran no solo funcionales, sino también portadoras de significado cultural y estético. Aunque el esplendor de la cerámica paternera disminuyó en el siglo XVI, las raíces de este arte aún perviven, especialmente en el Museo de Cerámica de Paterna. Allí, las piezas medievales narran silenciosamente las historias de antiguos alfareros que, con manos expertas, moldeaban el barro, transformándolo en arte. Cada objeto, cuidadosamente preservado, es un recordatorio del legado de un pueblo que, a lo largo del tiempo, ha sabido preservar y honrar su historia a través de la creatividad y la dedicación a sus oficios.

    Paterna ha vivido momentos turbulentos. La rebelión de las Germanías y la expulsión de los moriscos fueron dos de los golpes más duros para la villa, que quedó desolada y, por momentos, casi vacía. Pero como todas las grandes ciudades con espíritu luchador, Paterna resurgió. A lo largo del siglo XIX, la villa comenzó a diversificarse de nuevo, y la llegada del ferrocarril en 1888 marcó el inicio de una era de progreso. En la segunda mitad del siglo XX, el paisaje de Paterna cambió rápidamente. Los polígonos industriales como Fuente del Jarro y las áreas residenciales como La Cañada atrajeron a miles de nuevos habitantes. La población explotó de forma exponencial, consolidando a Paterna como una de las principales ciudades del área metropolitana de Valencia.

    En medio de esta transformación, Paterna ha sabido conservar su legado histórico. La imponente Torre de Paterna, de origen islámico, se erige como un testigo mudo de los siglos. Construida entre los siglos XI y XII, esta torre de defensa ha visto pasar el tiempo con su estructura troncocónica, guardando en su interior historias de nobles, campesinos y guerreros. A sus pies, las casas-cueva, vestigios de un modo de vida ancestral, narran las humildes vidas de aquellos que habitaron la tierra, escavando su hogar en la roca para protegerse del sol abrasador y del frío invernal. Hoy, estas cuevas se han transformado en espacios culturales, recordándonos la ingeniosa adaptación humana al entorno.

    El Palacio de los Condes de Villapaterna, con su imponente fachada clasicista y elegantes proporciones, es un símbolo indiscutible de la rica historia de Paterna. Construido en 1760, este majestuoso edificio no solo fue el hogar de nobles que dejaron una huella indeleble en la vida local, sino también un escenario clave en los cambios políticos, sociales y culturales que marcaron la evolución de la villa. Durante siglos, el palacio ha sido testigo silencioso de acontecimientos históricos que dieron forma al carácter de Paterna. Los Condes de Villapaterna, quienes residieron en este lugar, celebraron grandes eventos sociales y políticos que fueron fundamentales para la configuración del poder local. A medida que recorremos sus elegantes salas, adornadas con detalles que evocan épocas de esplendor, es fácil imaginar las reuniones y los debates entre las familias más influyentes de la región. Durante la guerra de África, este icónico edificio se transformó en un refugio para los heridos y enfermos, sirviendo como hospital improvisado y demostrando su relevancia no solo como residencia aristocrática, sino como un centro vital para la comunidad. Hoy, convertido en la sede del Ayuntamiento, sigue siendo el corazón político y administrativo de Paterna, uniendo pasado y presente bajo su noble techo.

    Pero si hay algo que captura la esencia de Paterna en su máxima expresión, es la celebración de la Cordà, un evento que va mucho más allá de una simple festividad. Esta tradición, declarada Fiesta de Interés Turístico Nacional, es una verdadera explosión de pólvora, emoción y orgullo. Cada año, el cielo nocturno se ilumina con miles de cohetes que lanzan sus chispas sobre la villa, mientras los habitantes participan con fervor en esta antigua costumbre. La Cordà no es solo un espectáculo pirotécnico, es una manifestación vibrante del alma de Paterna, un evento que une a generaciones y refuerza el sentido de pertenencia y comunidad. Los preparativos para la Cordà comienzan meses antes, con equipos dedicados a asegurar que cada detalle esté perfectamente orquestado para que la tradición se mantenga viva. El eco de los cohetes resuena no solo en las calles, sino en el corazón de cada paternero, recordándoles que, a pesar de los cambios que la modernidad trae consigo, hay elementos esenciales de su identidad que permanecen inalterables.

    Hoy en día, Paterna es una ciudad que ha sabido adaptarse a los tiempos, sin perder de vista sus raíces históricas. La ciudad ha experimentado una rápida transformación en las últimas décadas, convirtiéndose en un importante centro de servicios e industria. Las modernas fábricas y áreas de desarrollo industrial se levantan en las antiguas huertas que durante siglos alimentaron a la población. Sin embargo, esta convivencia entre el pasado agrícola y el presente industrial no ha despojado a Paterna de su esencia. Las nuevas generaciones, formadas en un entorno globalizado y tecnológico, crecen con el legado de una historia que conecta con las tradiciones más profundas de sus ancestros. En cada rincón de la ciudad, desde sus plazas históricas hasta sus polígonos industriales, se siente la presencia de una comunidad que ha sabido evolucionar sin perder su identidad. Las fiestas tradicionales, como la Cordà, siguen siendo el reflejo de un pueblo que, a pesar de la modernidad, honra su historia y se enorgullece de su patrimonio cultural. Paterna mira hacia el futuro con determinación, pero siempre con un pie en el pasado, consciente de que su fortaleza reside en ese delicado equilibrio entre lo antiguo y lo nuevo.

    Paterna, con su riqueza histórica, su vibrante presente y su prometedor futuro, es un ejemplo de cómo una localidad puede evolucionar y crecer sin perder lo que la hace única. Una ciudad orgullosa de su pasado, pero con la mirada fija en el horizonte, donde la tradición y la modernidad se dan la mano.