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  • Alzira, joya del País Valencià y capital de la comarca de la Ribera Alta, emerge con una historia que palpita a través de los siglos, una ciudad cuyas raíces se hunden en los fértiles márgenes del río Xúquer y en las montañas que la abrazan, desde las sierras de Corbera hasta las valles mágicas de la Murta y la Casella. Su nombre, nacido del árabe al-ǧazīra, que significa "La Isla", evoca un tiempo en el que la ciudad era un enclave próspero rodeado por las aguas del Xúquer, un remanso de paz en una tierra habitada por distintas culturas, desde la musulmana hasta la cristiana, que han dejado una huella indeleble en sus piedras.

    Alzira es un espacio donde el tiempo se disuelve en la historia y el pasado parece entrelazarse con el presente. El bullicio de la modernidad convive con los ecos de siglos de esplendor. Desde la época en que era conocida como “La Isla del Xúquer”, esta ciudad ha sido testigo de invasiones, conquistas y renacimientos, cada capítulo impregnado de leyendas y hazañas que moldearon su identidad.

    Pasear por Alzira es caminar sobre la historia viva, es sentir cómo el viento acaricia los monumentos que se alzan orgullosos, narrando siglos de batallas y triunfos. Las fachadas barrocas de la iglesia de Santa Caterina te transportan a un tiempo en el que la ciudad era un crisol de fe y cultura, construida sobre una antigua mezquita, testimonio de su pasado islámico. El imponente Monasterio de la Murta, cuyas ruinas hablan de la vida monástica desde el siglo XIV, se erige aún con una mística aura, recordándonos las historias de ermitaños que, desde mucho antes, habitaron estas tierras, incluso bajo dominio musulmán.

    La Creu Coberta, símbolo medieval y gótico-mudéjar, conserva en su piedra la memoria de Jaume I, el Conquistador, quien encontró la muerte en este lugar, convirtiéndolo en un rincón de leyenda que evoca la majestuosidad de las hazañas reales. La ciudad, a través de los siglos, ha sabido conservar monumentos y edificios que son testimonio de su riqueza cultural, como el Gran Teatre, cuyo estilo modernista invita a soñar con épocas en que la música y el arte llenaban las noches de Alzira con su vibrante energía.

    El río Xúquer, que una vez fue navegable hasta Alzira, susurra las historias de barcas que, desde la antigüedad, traían vida y comercio a la ciudad, conectándola con el resto del mundo. Sus aguas, serenas y profundas, han sido testigos de un sinfín de sucesos que han dejado huella en la memoria colectiva de la comunidad. Cada curva del río, cada remanso y cada corriente lleva consigo relatos de viajeros, comerciantes y familias que han encontrado en su cauce un medio de subsistencia y un vínculo con otras culturas. A través de los siglos, el Xúquer ha sido un camino fluvial por el que transitaron no solo mercancías, sino también ideas, tradiciones y esperanzas. Su fuerza ha modelado tanto la geografía como el carácter de los alzireños, quienes han aprendido a vivir en armonía con sus aguas, cultivando campos fértiles a su alrededor y aprovechando su cauce para el riego y la pesca. La resiliencia de esta comunidad se pone de manifiesto en su capacidad para sobreponerse a las adversidades que la naturaleza ha presentado, incluida la gran riada de finales del siglo XX que, aunque devastadora, no apagó la llama de la vida que Alzira sostiene con orgullo. Tras esa catástrofe, la ciudad se unió para reconstruir lo que había sido arrasado, transformando el dolor en una fortaleza colectiva que sigue vigente en cada rincón de sus calles.

    No se puede hablar de Alzira sin mencionar el esplendor de sus festividades, que son un reflejo vibrante de su cultura y su historia. Las emblemáticas Fallas, por ejemplo, son una celebración que transforma la ciudad en un espectáculo de fuego y pasión, donde monumentos llenos de creatividad y sátira arden para dar paso a la renovación, a la purificación a través de las llamas. Durante estos días, las calles se llenan de música, risas y el bullicio de los vecinos que se agrupan en comisiones falleras, cada una con su propia historia y tradición. Las fallas, obras de arte efímeras que representan tanto la crítica social como el ingenio de los artistas locales, se erigen en cada rincón de Alzira, convirtiendo la ciudad en un museo al aire libre. La noche de la cremà es un momento de catarsis colectiva, donde el fuego purificador consume todo lo que ha quedado atrás, dejando en su estela la promesa de un nuevo comienzo.

    Además, la Semana Santa de Alzira, cuyo fervor religioso es reconocido no solo en la Ribera, sino en toda España, atrae a miles de visitantes que se congregan para presenciar las solemnes procesiones y ceremonias que conmueven hasta lo más profundo del alma. Las calles, adornadas con flores y velas, se convierten en un camino de devoción y reflexión, donde los pasos lentos de los cofrades se entrelazan con el murmullo de oraciones y cantos. Las imágenes religiosas, que han sido cuidadosamente elaboradas y mantenidas a lo largo de los años, desfilan con majestad, evocando una profunda conexión con la tradición y la espiritualidad. En cada procesión, el eco de siglos de fe resuena, mientras los participantes, vestidos con túnicas y capuchones, se entregan a la experiencia con un fervor palpable. La Semana Santa no es solo un evento religioso, sino una celebración de la identidad alzireña, un momento donde la comunidad se une en un abrazo de fe, esperanza y reconocimiento de sus raíces, convirtiendo a Alzira en un faro de tradición y cultura en el corazón de la Ribera.

    Pero Alzira no solo es historia y festividad, sino también naturaleza en estado puro. Los parajes naturales de la Murta y la Casella ofrecen un respiro al alma, un remanso de paz que invita a la reflexión y a la conexión con lo que nos rodea. En estas tierras, el aire se llena de aromas silvestres y el canto de los pájaros se entrelaza con el murmullo del viento, creando una sinfonía natural que calma los sentidos. Los verdes paisajes, salpicados de árboles centenarios y flores silvestres, evocan una imagen de armonía y belleza, mientras que la reserva de ciervos que habita en estos valles parece ser un eco de tiempos pasados, donde la vida silvestre era abundante y la naturaleza reinaba en su máxima expresión.

    Entre estos valles, el eco de los siglos resuena a través de las piedras del Monasterio de la Murta, un lugar que no solo es un monumento histórico, sino un refugio espiritual donde la tranquilidad y la contemplación florecen. Las ruinas del monasterio cuentan historias de monjes que encontraron aquí su hogar y su paz, y que dedicaron sus vidas a la oración y el estudio en medio de esta impresionante naturaleza. La fusión entre la flora exuberante y el legado arquitectónico ofrece a quienes los visitan una conexión profunda con lo sagrado y lo ancestral, permitiendo que cada paso se sienta como una conversación íntima con la historia. Los senderos que serpentean por estas montañas invitan a caminatas que revelan paisajes ocultos, y cada rincón guarda la promesa de un nuevo descubrimiento, convirtiendo cada visita en un viaje al corazón de la tierra y su historia.

    La ciudad, además, ha sido un epicentro de cultura literaria con los renombrados Premis Literaris Ciutat d’Alzira, los cuales celebran la creatividad y la pasión por las letras. Estos premios, que han evolucionado a lo largo de los siglos, han destacado la importancia de la literatura como un vehículo de expresión y reflexión, convirtiendo a Alzira en un faro cultural en el País Valencià. Durante siglos, este evento ha servido como punto de encuentro para escritores, intelectuales y amantes de la literatura, creando un ambiente vibrante y estimulante donde las ideas fluyen y las palabras cobran vida. Las ceremonias de entrega de los premios son momentos de esplendor literario, donde los galardonados comparten sus visiones del mundo, tejiendo un entramado de historias que resuenan en la comunidad.

    Alzira, en cada rincón, en cada monumento, en cada celebración, es una ciudad que late con vida propia, cuya historia se siente en la piel al recorrer sus calles. Cada piedra, cada edificio, cada curva del río tiene una historia que contar. Es una ciudad donde los siglos se entrelazan, donde lo antiguo y lo moderno se encuentran en una danza eterna, y donde los visitantes no solo descubren un lugar, sino una experiencia que toca el corazón. Alzira es más que una ciudad; es un testimonio viviente de resistencia, cultura y belleza.