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  • Enclavado entre las colinas de la Sierra Calderona y el esplendor del Mediterráneo, el Puig de Santa María es un lugar donde la historia y la naturaleza danzan al ritmo de un pasado vibrante. A tan solo 18 kilómetros de Valencia, este municipio se presenta como un refugio encantador, donde el murmullo de las olas se mezcla con el canto de las aves que habitan sus montañas, creando una sinfonía natural que envuelve a los visitantes en un abrazo cálido. Las colinas, con su vegetación exuberante y sus caminos serpenteantes, invitan a los paseantes a explorar sus secretos y a sumergirse en la belleza del paisaje, mientras que los aromas de los naranjos en flor inundan el aire, recordándonos la rica tradición agrícola de la zona. La leyenda cuenta que el rey Jaime I, en su camino hacia la conquista, dio una coz en la Montaña la Patà, haciendo brotar agua de la tierra, un símbolo de la fertilidad que ha nutrido a generaciones de puchencos. Este mito no solo es un eco del pasado; es un reflejo de la conexión profunda que los habitantes han cultivado con su tierra, un vínculo que se manifiesta en su forma de vida y en su respeto por las tradiciones que han perdurado a lo largo de los siglos.

    Al caminar por el Puig, la vista se despliega en un lienzo de colores que van desde los verdes campos de cultivos de naranjas hasta los dorados tonos de los cereales. La agricultura, pilar de la economía local, ha encontrado su voz en el canto de los trabajadores que, con dedicación, cuidan cada árbol de naranjo que florece en la llanura. Sin embargo, el Puig no solo vive del ayer; su presente es un vibrante testimonio de transformación, donde la industria metalúrgica y los talleres de artes gráficas han comenzado a dar forma a una nueva identidad. El aire está impregnado de promesas de modernidad, mientras que las antiguas tradiciones se fusionan con el desarrollo. La vida aquí es un ciclo continuo, donde la herencia se entrelaza con el futuro, haciendo que el Puig sea un verdadero testigo de la evolución de la Huerta Norte.

    Entre los monumentos históricos, destaca el Monasterio de Santa María del Puig, una joya arquitectónica que se erige como un faro espiritual y cultural, testigo de la profunda devoción que han tenido los puchencos a lo largo de los siglos. Fundado en el siglo XIII, este monasterio ha sido un refugio de paz y contemplación, y su imponente iglesia gótica, resultado de siglos de reformas y dedicación, es un lugar donde los ecos de las oraciones de los frailes mercedarios aún resuenan en las paredes. Cada rincón del monasterio cuenta una historia: desde los intrincados frescos que adornan su interior hasta los bellos retablos que narran la vida de Santa María, patrona de la comunidad. Al subir hacia la Montaña de Santa Bárbara, uno se encuentra con la ermita del mismo nombre, un rincón de paz donde los puchencos se congregan para rendir homenaje a su patrona. Este lugar sagrado no solo es un espacio de recogimiento espiritual, sino también un punto de encuentro para celebrar festividades y tradiciones locales que unen a la comunidad en un lazo de hermandad. Desde la cima, la vista es un regalo, una panorámica que abarca el mar y la tierra, donde el horizonte parece fundirse en un abrazo eterno. Las colinas, testigos silenciosos de batallas y celebraciones, cuentan historias de un pasado que sigue vivo en la memoria colectiva del pueblo, recordando a todos que cada piedra y cada brisa llevan consigo la esencia de generaciones.

    El Castillo del Puig, ubicado en la cumbre de la Montaña la Patà, es otro de los tesoros que el pueblo ofrece. Este antiguo castillo, cuyas ruinas de origen musulmán aún mantienen la majestuosidad de tiempos pasados, nos cuentan sobre la importancia estratégica de esta localidad en épocas de conquista y defensa. En su cúspide, se alza con orgullo, custodiando el pueblo y sus secretos. En el camino hacia el castillo, se pueden apreciar las antiguas fortificaciones que alguna vez defendieron la población de invasores, sus muros desgastados por el tiempo, pero llenos de carácter y fortaleza. Las piedras, que una vez resonaron con el eco de las espadas, ahora susurran relatos de héroes y leyendas que marcaron su historia, invitando a los visitantes a imaginar las batallas épicas y los momentos de valentía que forjaron el destino de esta tierra. Al recorrer el sendero que lleva a la cumbre, uno puede sentir la brisa del mar Mediterráneo y la calidez del sol, recordando que, aunque el tiempo haya pasado, el espíritu del Puig de Santa María sigue vivo, resonando en cada rincón de este lugar donde la historia, la cultura y la naturaleza se entrelazan de manera única.

    Bajando hacia el llano, la Torre Vigía, construida en el siglo XVI, se alza como un recordatorio de los peligros que amenazaban las costas en tiempos pasados. Desde su mirador, las vistas del litoral y los alrededores son impresionantes, permitiendo contemplar la belleza del Mediterráneo en todo su esplendor. Además, en el corazón del pueblo, se encuentra la Ermita de Sant Jordi, una pequeña joya arquitectónica que destaca por su cúpula barroca y su historia vinculada a las tradiciones locales.

    La vida cotidiana en el Puig de Santa María es un mosaico de colores y sabores, donde las tradiciones se celebran con fervor. Durante las fiestas, como las Fiestas Patronales en honor a la Virgen de los Desamparados, el pueblo se viste de gala, las calles se llenan de música y risas, y la gastronomía local, rica en sabores mediterráneos, conquista los corazones de residentes y visitantes por igual. La gente se une para celebrar, compartir y recordar su herencia, creando lazos que trascienden el tiempo. En cada rincón, en cada sonrisa, se siente el orgullo de ser puchenco, un título que no solo define un lugar, sino que encapsula un sentido de pertenencia y comunidad.

    A medida que el sol se oculta tras las colinas y el cielo se tiñe de tonalidades anaranjadas, el Puig de Santa María se transforma en un refugio de serenidad. Las olas del Mediterráneo susurran secretos a la orilla, mientras las luces del pueblo comienzan a parpadear, creando un ambiente mágico que invita a la reflexión. Aquí, en este rincón del mundo, la vida se siente en cada latido, en cada paso, en cada historia compartida. El Puig de Santa María es más que un destino; es un viaje emocional que invita a cada visitante a conectarse con su esencia, recordándoles que, a pesar de los cambios, hay una belleza intrínseca en permanecer fiel a nuestras raíces.