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Aldaia no es solo un municipio del País Valencià, es un lugar que palpita con vida propia, un rincón donde la historia se entrelaza con las tradiciones más arraigadas, y donde el paisaje parece estar en constante diálogo con las personas que lo habitan. Situada en la comarca de l'Horta Sud, entre la rica huerta valenciana y el Pla de Quart, Aldaia es un espacio que invita a la introspección, un territorio plano y fértil que parece haber sido diseñado por la naturaleza para acoger tanto a quienes buscan la paz de la vida rural como a aquellos que no pueden renunciar a la cercanía con las grandes ciudades.
El pueblo se extiende en una geografía que, a simple vista, podría parecer modesta, pero que esconde secretos y encantos únicos. Los barrancos que lo atraviesan, como el de Xiva o del Poio y el de Aldaia, forman parte del alma del lugar. Estos cursos de agua, aunque discretos, son como venas que nutren el terreno, haciéndolo fértil y pleno. Las acequias de Benàger y Manises, que traen el preciado líquido del río Túria, recorren el municipio, dibujando un paisaje donde los campos de cultivos conviven con el urbanismo moderno. La huerta valenciana, con sus colores vibrantes y aromas frescos, es una de las joyas de la región, y en Aldaia, el espíritu agrícola sigue presente, recordando los orígenes de un pueblo forjado en el trabajo de la tierra.
Caminar por las calles de Aldaia es como hacer un viaje en el tiempo. Sus raíces se hunden en la época romana, como lo atestiguan los restos hallados en lugares como La Ereta dels Moros, La Punja y Les Bases. Aquí, bajo la tierra que hoy sostiene un bullicioso municipio, se encuentran los vestigios de una villa romana, cuna de piezas históricas como el famoso Bacus de Aldaia, una obra de arte que hoy se exhibe en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, pero que aún late en la memoria colectiva del lugar.
El núcleo originario de Aldaia se levantaba alrededor de la actual plaza de la Constitución, donde los callejones y pasajes parecen guardar los ecos de antiguas conversaciones y risas de generaciones pasadas. El municipio ha crecido a lo largo de los siglos, expandiéndose primero hacia el sur en el siglo XX, hacia la estación de tren, y más tarde en todas las direcciones, fusionándose casi imperceptiblemente con el cercano Alaquàs. Este crecimiento ha sido un reflejo de la evolución de un pueblo que, aunque pequeño en tamaño, ha sabido adaptarse a los cambios del tiempo sin perder su esencia.
Uno de los lugares más emblemáticos de Aldaia es la Iglesia de la Anunciación, un edificio que refleja la evolución arquitectónica del lugar, combinando elementos góticos con decoraciones barrocas. Su nave principal, imponente con sus 16 metros de longitud, parece acoger no solo a los fieles, sino también a todos aquellos que buscan un espacio para la contemplación y el recogimiento. Las nervaduras góticas que decoran el techo nos transportan a tiempos pasados, mientras que las reformas del siglo XVIII, con su esplendor barroco, añaden un toque de grandiosidad. La capilla de la Comunión, construida en el siglo XIX, es otro rincón lleno de belleza, donde el silencio y la espiritualidad parecen haberse asentado para quedarse.
Frente a esta iglesia se alza la Casa de la Llotgeta, un edificio señorial de estilo renacentista que ha sido testigo del paso de los siglos. Esta casa, que perteneció a los condes de Nules, es un testimonio vivo de la arquitectura civil de los siglos XVI y XVII. Sus arcos en la fachada son un ejemplo perfecto de la elegancia y el equilibrio que caracterizan al estilo renacentista. Hoy en día, este edificio alberga el Museo del Palmito, una joya etnológica que muestra la rica tradición artesanal de Aldaia en la fabricación de abanicos, un arte que sigue vivo y que ha hecho de este municipio un referente en toda la Comunidad Valenciana.
Otro edificio que nos habla de la historia de Aldaia es la Casa del Tío Carmelo, una casa típica de la huerta que, aunque ha sido restaurada y convertida en un centro medioambiental, conserva el espíritu de una época en la que la vida giraba en torno al trabajo de la tierra. Este lugar, junto con la Casa del Bollo, una antigua vivienda de finales del siglo XVIII convertida en centro de convivencia, son espacios donde el pasado y el presente se encuentran para crear un diálogo entre lo tradicional y lo moderno.
La Ermita de la Virgen de la Saleta, construida en 1887, y la pequeña Ermita de San Miguel, son templos llenos de espiritualidad que invitan al visitante a detenerse y reflexionar. Estos rincones de fe son refugios de paz en medio de la vida cotidiana, lugares donde la devoción y la historia se funden en una atmósfera de serenidad.
Si hay algo que define a Aldaia, son sus festividades. Las fiestas mayores, celebradas entre el 24 de julio y el 6 de agosto, son el momento en que el pueblo se viste de gala para honrar a su patrón, el Santísimo Cristo de los Necesitados. Durante estas semanas, las calles se llenan de música, color y devoción. La procesión del Cristo es un acto solemne, donde la emoción de los habitantes es palpable, y el Canto de la Alcachofa, una tradición única, llena el aire de melodías que han sido transmitidas de generación en generación.
Estas festividades no solo son un reflejo de la devoción religiosa de Aldaia, sino también una oportunidad para que el pueblo se reúna, celebre su identidad y fortalezca los lazos que unen a sus habitantes. Las calles se llenan de vida, las familias se reúnen, y el espíritu de comunidad se siente en cada rincón, creando una atmósfera de celebración y unidad que es difícil de olvidar.
Aldaia no es solo un lugar en el mapa, es un espacio donde la historia ha dejado una huella profunda, donde las tradiciones siguen vivas y donde cada rincón parece contar una historia. Es un pueblo que, a pesar de su crecimiento y modernización, ha sabido mantener su esencia, esa que se siente en el aire, en las conversaciones de sus gentes, en las piedras de sus edificios centenarios.
Es un lugar donde uno puede caminar por calles llenas de historia, respirar el aroma de la huerta valenciana, y sentir que, de alguna manera, el tiempo se detiene para ofrecernos un espacio donde conectar con lo más profundo de nuestra humanidad. Aldaia, con su humildad y su grandeza, es un testimonio vivo de que los lugares más especiales no son necesariamente los más grandes, sino aquellos que llevan el alma de su gente grabada en cada esquina.