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  • Ávila, una ciudad donde la historia, la espiritualidad y la belleza arquitectónica se entrelazan de manera sublime, es un lugar que invita a perderse entre sus murallas milenarias y sus rincones llenos de encanto. Cada piedra, cada calle y cada monumento parecen narrar una historia diferente, una historia llena de misterio, fe y grandeza. Esta ciudad amurallada, conocida por ser la cuna de Santa Teresa de Jesús, es un auténtico viaje en el tiempo, un lugar donde se siente el peso de los siglos y donde cada rincón despierta una emoción profunda en el visitante.

    Comenzamos nuestro recorrido en la Basílica de San Vicente, una joya del románico que brilla con luz propia en Ávila. Esta iglesia, más allá de su imponente arquitectura, es un símbolo de la devoción y el arte que ha marcado la historia de la ciudad. Sus muros parecen latir con las historias de aquellos que la han visitado durante siglos, desde peregrinos devotos hasta turistas curiosos que se dejan envolver por su majestuosidad. La memoria me lleva de vuelta al año 2000, cuando la visité en un viaje de estudios, riendo y maravillándome con su belleza. Pero ahora, al estar aquí de nuevo, siento que este lugar tiene mucho más que ofrecer. La Basílica de San Vicente es un templo que habla al alma, un testimonio vivo del esplendor del románico, que transporta al visitante a un tiempo de caballeros, reyes y profundas creencias religiosas.

    Antes de adentrarnos en las famosas murallas de Ávila, hacemos una parada en la Plaza del Mercado Grande, también conocida como la Plaza de Santa Teresa. Este lugar, uno de los más emblemáticos y queridos por los abulenses, ha sido testigo de incontables celebraciones y mercados desde la Edad Media. Pasear por esta plaza es como caminar por un escenario donde la historia aún respira en cada esquina. Presidiendo la plaza se alza la iglesia de San Pedro, un templo que, con su imponente silueta, parece observar con serenidad el ir y venir de la vida cotidiana. Aquí, la vida de la ciudad se entremezcla con su pasado, y el eco de antiguas ferias y celebraciones resuena aún entre las piedras de esta plaza histórica.

    Pero si hay un emblema que define a Ávila, son sus murallas. Estas imponentes fortificaciones, que rodean la ciudad con un perímetro de 2,5 kilómetros, son uno de los conjuntos mejor conservados del mundo. Levantadas sobre restos romanos y árabes, las murallas actuales datan del siglo XII y se alzan majestuosas, ofreciendo una vista impresionante tanto desde dentro como desde fuera. Subir a sus almenas, ya sea desde la puerta del Alcázar o la puerta de los Leales, es como mirar a través de los ojos de un soldado medieval, vigilando la llegada de enemigos o simplemente contemplando la vasta extensión de tierras que se extiende más allá de los muros. Estas murallas no solo protegen la ciudad, sino que también protegen su historia, guardando dentro de ellas siglos de leyendas, batallas y momentos decisivos.

    La Catedral de Ávila, o la Catedral del Salvador, es otro de los grandes tesoros de la ciudad. Este templo no es solo un lugar de culto, sino también una fortaleza. Construida en el siglo XII y predominantemente de estilo gótico, la catedral impresiona por su grandiosidad y por su función dual: lugar de fe y bastión defensivo. Al entrar, el visitante es recibido por una atmósfera solemne, donde cada detalle, desde el altar mayor hasta los retablos, revela el talento de los maestros artesanos del siglo XVI. La catedral, con su imponente estructura, es un reflejo del carácter de la ciudad: fuerte, espiritual y profundamente arraigada en sus tradiciones.

    No se puede hablar de Ávila sin mencionar a su heroína más famosa, Santa Teresa de Jesús. Esta mujer, figura clave de la Iglesia Católica y reformista incansable, nació en esta ciudad y su presencia se siente en cada rincón. La Basílica de Santa Teresa, construida sobre su casa natal, es un homenaje a su vida y su obra. El altar mayor, que rompe con la tradición litúrgica al estar orientado hacia la habitación donde nació la santa, es un detalle que habla del profundo respeto y veneración que los abulenses sienten por ella. La basílica, de estilo barroco carmelitano, es un lugar de peregrinación para miles de devotos que buscan conectar con la espiritualidad de esta mística del siglo XVII. Pero más allá de la fe, la figura de Santa Teresa es un símbolo de determinación y reforma, una mujer que desafió los convencionalismos de su tiempo y dejó una huella imborrable en la historia.

    En el corazón de Ávila, la Plaza Mayor también tiene su propio relato que contar. Con su Casa Consistorial presidiendo el espacio, esta plaza ha sido el epicentro de la vida pública desde la Edad Media. Los Reyes Católicos, conscientes de la necesidad de un lugar donde el Concejo pudiera reunirse, ordenaron la construcción del actual ayuntamiento. Las galerías porticadas que rodean la plaza, sustituidas en 1518 por columnas de piedra, son un testimonio del cambio y la evolución de la ciudad a lo largo de los siglos. Hoy, la Plaza Mayor sigue siendo un lugar vibrante, donde locales y turistas se encuentran para disfrutar del ambiente único que solo una ciudad como Ávila puede ofrecer.

    El Monasterio de Santo Tomás, una de las joyas arquitectónicas más significativas de Ávila, no solo destaca por su magnitud y belleza, sino por la historia que guarda en sus silenciosos pasillos. Fundado en 1482 por los Reyes Católicos, este complejo dominico fue, durante siglos, un centro de poder religioso y político. Aquí, los monarcas no solo impulsaron su construcción, sino que también lo convirtieron en un lugar de gran relevancia para el reino. En su interior se respira una atmósfera de recogimiento y solemnidad que trasciende el tiempo, envolviendo al visitante en una paz profunda. El claustro del Noviciado, con sus 20 arcadas de estilo toscano, es un prodigio de elegancia y proporción, un lugar donde los jóvenes frailes iniciaban su camino espiritual rodeados de una arquitectura que parece hablar de armonía y contemplación. En contraste, el claustro del Silencio, también conocido como el de los Difuntos, es un lugar donde la muerte y la vida se entrelazan de manera simbólica, pues en él reposan los restos de los frailes que, tras una vida de devoción, encuentran en este rincón su descanso eterno. Este espacio invita a una reflexión serena, donde la arquitectura y el silencio conforman un ambiente casi sagrado. Finalmente, el claustro de los Reyes, con su conexión directa al antiguo palacio real, era el epicentro de las actividades cortesanas y religiosas. Aquí, los Reyes Católicos encontraban no solo un espacio de retiro espiritual, sino también un lugar donde gobernar y tomar decisiones cruciales para el reino. La unión entre el poder terrenal y el divino queda plasmada en cada piedra de este monumental monasterio, que aún hoy sigue transmitiendo esa mística de poder y fe que lo vio nacer.

    Y si bien Ávila deslumbra con su patrimonio cultural, su entorno natural es igualmente impresionante. La Sierra de Gredos, situada al suroeste de la provincia, es un coloso de granito y agua, un auténtico refugio para aquellos que buscan desconectar del ritmo frenético de la vida moderna. Aquí, el paisaje se despliega con una majestuosidad sobrecogedora: las lagunas de origen glaciar, como la famosa Laguna Grande, parecen espejos que reflejan el cielo y las cumbres nevadas, mientras los riscos escarpados desafían a los escaladores más intrépidos. Entre estos riscos, destacan picos tan imponentes como el Almanzor, que con sus 2.592 metros de altura es el techo de Gredos, y un reto para los montañistas. Pero no todo en Gredos es aventura extrema; las gargantas profundas que surcan la sierra, como la Garganta de los Infiernos, ofrecen rincones de una belleza casi mística, donde el agua cristalina corre entre las rocas formando pozas de aguas frescas y tranquilas. Caminando por estos senderos, el visitante puede detenerse, cerrar los ojos y dejarse llevar por el murmullo del agua y el viento que acaricia las copas de los árboles, creando una sinfonía natural que invita a la meditación y al recogimiento. Gredos no es solo un destino, es una experiencia que se graba en el corazón, una conexión con la naturaleza en su estado más puro y salvaje.

    Por supuesto, después de un día de exploración cultural o natural, Ávila ofrece una recompensa dulce que se ha convertido en emblema de la ciudad: las Yemas de Santa Teresa. Este pequeño pero exquisito manjar, hecho a base de yema de huevo, azúcar y una receta secreta que ha pasado de generación en generación, es mucho más que un simple dulce. Cada bocado es un viaje sensorial a la tradición abulense, una celebración de lo sencillo y lo sublime. Las yemas, suaves por dentro y delicadamente dulces, son el final perfecto para un día lleno de emociones y descubrimientos. Comprar una caja de yemas es llevarse un pedacito de Ávila a casa, un recuerdo que, aunque efímero en su sabor, permanece en la memoria. Estas delicias, nacidas del ingenio repostero local, encapsulan el espíritu de la ciudad: humilde, auténtico y profundamente enraizado en su historia. Probar una yema es conectarse con siglos de tradición, es un gesto que une pasado y presente, un pequeño homenaje a la grandeza de esta ciudad que, en cada detalle, sorprende y cautiva.

    Ávila no es solo un lugar para ver, es un lugar para sentir, para vivir cada momento como si se estuviera desentrañando un capítulo de un antiguo libro de historias. Una ciudad que, con cada visita, revela algo nuevo, algo que nos conecta con la grandeza de su pasado y la belleza de su presente.