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Candeleda, un rincón escondido en las faldas de la majestuosa Sierra de Gredos, emerge como un paraíso en la Tierra, un lugar donde la historia se entrelaza con la belleza natural en un abrazo eterno. La historia de esta localidad comienza en el Castro Celta de El Raso, un vestigio del pasado que se alza majestuoso, invitando a los visitantes a explorar sus misterios. Las piedras de este antiguo asentamiento guardan secretos de civilizaciones pasadas, susurros de vidas que una vez habitaron estas tierras. Al caminar por sus senderos, uno no puede evitar sentir la conexión con la historia, como si los ecos de sus habitantes aún resonaran en el aire. La sensación de pisar el mismo suelo que vio nacer a generaciones de guerreros y labradores es electrizante; es como si el viento llevara consigo los ecos de sus risas y lamentos, de sus triunfos y tragedias.
Las montañas de la Sierra de Gredos, con sus cumbres imponentes que parecen tocar el cielo, no solo sirven como barrera natural que protege a Candeleda del frío y las ventoleras, sino que también crean un microclima privilegiado. Aquí, en esta tierra bendecida, brota un vergel de huertas y bosques, donde la abundancia de agua que desciende de las montañas alimenta la vida. Las gargantas serpenteantes, que fluyen con la pureza del agua cristalina, desembocan en el embalse de Rosarito, un lugar que brilla como un espejo en medio de un paisaje de ensueño. Este embalse no solo ofrece un espectáculo visual, sino que también se convierte en un refugio para diversas actividades recreativas, convirtiéndose en un punto de encuentro para los amantes de la naturaleza. Es aquí, en la calma de sus aguas, donde uno puede perderse en pensamientos profundos, reflexionando sobre la vida mientras el sol se pone en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados.
A medida que nos adentramos en Candeleda, es imperativo liberarnos del coche y dejar que nuestras piernas nos guíen por sus calles empedradas, como si cada paso nos acercara más a la esencia del lugar. Aparcamos cerca de la plaza, donde se erige con orgullo el monumento a la cabra hispánica, un símbolo que rinde homenaje a la reina de Gredos. Este animal, tan intrínseco a la cultura de la región, es también el responsable de uno de los tesoros gastronómicos más apreciados: el queso de cabra. En Candeleda, podemos encontrar una variedad de este manjar, ya sea fresco, curado o al pimentón, cada bocado una explosión de sabores que habla de la tradición y la dedicación de quienes lo producen. Sin embargo, el auténtico sabor de la tradición se encuentra al comprar directamente a los productores, como en Laderas de Gredos o la Quesería Valdecabras, donde los queseros comparten su pasión y conocimientos en cada pieza de queso. La emoción que surge al descubrir un producto local, elaborado con amor y esmero, conecta al visitante con las raíces de la tierra, creando un vínculo que perdura más allá de la visita.
Al caminar por la calle del Pozo, uno se siente transportado a tiempos pasados, envuelto en una atmósfera de nostalgia. Aunque esta calle no tiene macetas que decoren su paso, es un recorrido por la historia de la nobleza local. Las casas blasonadas con escudos de armas, adornadas con la sólida piedra que caracteriza la arquitectura de la región, cuentan historias de hidalguía y linaje. En una de ellas, incluso se puede apreciar un cordón franciscano, símbolo de una época donde la religión y la nobleza se entrelazaban en la vida cotidiana. Aquí, el arte y la historia convergen, como si cada fachada hablara de los sueños y aspiraciones de quienes vivieron en sus interiores, transformando cada rincón en un relato vivo.
Candeleda no solo es un deleite para la vista, sino también un campo de aventuras para los más activos, un verdadero parque de diversiones natural donde la adrenalina y la belleza se entrelazan. Diversas empresas de turismo activo ofrecen experiencias para todas las edades, y el piragüismo se alza como una de las actividades más demandadas. Las aguas del río Tiétar nos invitan a descender en sus corrientes o a remar plácidamente por el embalse de Rosarito. En este paisaje, donde el cielo se encuentra con las montañas, las risas y la emoción se mezclan con la brisa fresca, creando recuerdos que perdurarán para siempre. Imagínate navegando en un kayak, rodeado de paisajes que parecen sacados de un lienzo, sintiendo la energía del agua y el susurro del viento en tu rostro, mientras cada remada te lleva a un nuevo descubrimiento, una nueva aventura.
Para aquellos que buscan aventuras en alta montaña, existe una ruta que une El Raso con el Pico Almanzor. Con una altitud de 2.600 metros, este pico es el rey del sistema central, un desafío que recompensa a los valientes con vistas de una belleza indescriptible. La sensación de alcanzar la cumbre, rodeado de la majestuosidad de la Sierra de Gredos, es una experiencia que trasciende lo físico, convirtiéndose en un viaje al corazón de la naturaleza. En la cima, donde el aire es puro y el mundo se despliega ante tus ojos, te sientes pequeño pero, al mismo tiempo, parte de algo inmenso, un momento de conexión con la tierra que te rodea que deja una huella imborrable en el alma.
A medida que avanzamos por las calles de Candeleda, un helado en mano, nos encontramos rodeados de balconadas exquisitas y rincones llenos de curiosidades. Desde la icónica rotonda de la cabra, que da vida a la Plaza del Castillo, hasta la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, datada en el siglo XV, cada paso está lleno de historia. La Plaza Mayor, en la intersección con la calle Umbría, nos regala la vista de la Casa de las Flores, donde los balcones repletos de macetas multicolores parecen susurrar la alegría de la vida en este rincón del mundo. Aquí, el bullicio de la gente, las risas de los niños y el aroma de la comida casera crean un ambiente vibrante que invita a disfrutar de cada instante.
La búsqueda de encanto nos lleva a la calle de la Corredera, un espacio donde los artesanos se establecieron desde mediados del siglo XVIII. Esta calle, una vez la más comercial del pueblo, ahora se presenta como un testimonio del ingenio y la creatividad de quienes la habitaron. Cada tienda, cada taller, cuenta la historia de las manos que han trabajado aquí, dejando una huella imborrable en el corazón de Candeleda. Al recorrerla, uno puede sentir la energía de la creación fluyendo a través de sus paredes, como si cada objeto a la venta llevara consigo la pasión de su creador.
Al finalizar el día, cuando el sol comienza a ocultarse detrás de las montañas, un aire de magia envuelve el pueblo. Las luces titilan en las casas, creando un ambiente cálido y acogedor que invita a la conversación y la amistad. La brisa suave trae consigo el murmullo de las historias compartidas y las risas resonantes, un recordatorio de que Candeleda es más que un destino turístico; es un hogar temporal para todos aquellos que buscan conectar con la belleza de la vida. Aquí, en este rincón mágico, las experiencias se entrelazan, dejando una marca en el corazón de quienes lo visitan.
Candeleda, con su rica historia y su belleza natural, se convierte en un refugio para el alma, un lugar donde cada visita es un nuevo capítulo en una narrativa interminable de cultura, aventura y conexión con la naturaleza. Al irse, uno lleva consigo no solo recuerdos, sino una parte de su esencia, un deseo ardiente de regresar a este lugar donde la historia, la naturaleza y la comunidad se entrelazan en un abrazo eterno. Así, este encantador pueblo se convierte en un lugar inolvidable, un refugio donde las historias y las emociones fluyen con la misma fuerza que el agua de sus gargantas, dejando una marca indeleble en el corazón de quienes lo visitan.