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  • En el corazón de Castilla y León, en la provincia de Soria, se encuentra Ólvega, un pequeño pero poderoso municipio que guarda en su historia un legado de resistencia y belleza natural. Situada en la comarca del Moncayo, esta localidad es un auténtico refugio para quienes buscan conectar con la naturaleza y explorar las huellas del pasado. Con cada paso en sus senderos y cada mirada a sus monumentos, se siente la historia vibrante de un pueblo que ha enfrentado adversidades, todo bajo la atenta mirada de la majestuosa sierra del Moncayo.

    La geografía de Ólvega es un poema en sí misma, un lienzo donde la naturaleza pinta un paisaje de asombrosa belleza. Rodeada por la majestuosa Sierra del Madero al oeste y la imponente Sierra de Toranzo al sur, esta tierra se despliega en suaves llanuras que se abren hacia el valle del río Añamaza, un arroyo que murmura entre rocas y árboles, trayendo vida a su paso. Aquí, el aire fresco se mezcla con el aroma terroso de los robles y las encinas, creando una sinfonía natural que invita a los visitantes a explorar. La luz del sol atraviesa las copas de los árboles, proyectando sombras que bailan en el suelo, mientras el canto de las aves y el susurro del viento se entrelazan en un concierto que celebra la vida al aire libre. Las rutas que serpentean por la sierra y el monte son testigos de innumerables historias, y cada sendero ofrece un rincón oculto, una vista panorámica o un instante de serenidad que toca el alma. Una de estas rutas es la Ruta de La Sierra, que parte del casco urbano a través de la Calle Gustavo Bécquer. Esta senda no es solo un camino, sino un viaje en el tiempo, que te transporta a un mundo donde el tiempo parece haberse detenido. A medida que avanzas, la esencia de Ólvega se revela: la mezcla de lo ancestral con lo natural, el eco de generaciones pasadas resonando en cada paso, y la promesa de aventuras por descubrir en cada curva del sendero.

    Los ecos de los pasos de los antiguos habitantes resuenan en cada piedra y cada sendero de Ólvega, recordándonos que esta tierra ha sido testigo de luchas y esperanzas a lo largo de los siglos. El origen de Ólvega se remonta al siglo V d.C., cuando un grupo de hispanorromanos, huyendo de la destrucción de Augustóbriga a manos de invasores, encontró refugio en esta tierra. Aquellos primeros pobladores, con su ingenio y determinación, comenzaron a forjar un futuro en un entorno que ofrecía tanto belleza como desafíos. A pesar de las adversidades, sentaron las bases de una comunidad resiliente, capaz de adaptarse y prosperar en condiciones difíciles. En el siglo XV, los olvegueños se levantaron en armas para proteger su libertad, convirtiéndose en lo que algunos llaman la “Segunda Numancia”. Esta resistencia no solo reflejó su valentía ante los opresores, sino que también cimentó su identidad colectiva, fortaleciendo los lazos que unirían a generaciones futuras. La fortaleza de su espíritu es evidente en el escudo de la localidad, que representa un castillo en llamas, símbolo de la valentía y el sacrificio de aquellos que se opusieron a la opresión. Este escudo no es solo un emblema, sino un recordatorio constante de que la historia de Ólvega está tejida con hilos de lucha, dignidad y esperanza, resonando a través del tiempo y guiando a sus habitantes en su camino hacia el futuro.

    Al adentrarse en el pueblo, la imponente torre de la iglesia de Santa María la Mayor emerge, erguida y orgullosa. Su estilo gótico, con una cabecera poligonal, evoca imágenes de fortaleza y defensa. La iglesia, que ha resistido el paso del tiempo y ha sido restaurada en varias ocasiones, es un símbolo de la espiritualidad y la fe que han sustentado a los olvegueños a lo largo de los siglos. En su interior, el retablo, con su belleza austera, invita a la contemplación, ofreciendo un espacio de paz y reflexión en medio del ajetreo del mundo exterior.

    Pero Ólvega no solo vive del pasado; su presente está lleno de vida y actividad. La economía del municipio se ha diversificado, integrando la industria, la agricultura y el turismo en una combinación perfecta. El polígono industrial, inaugurado en el siglo XX, ha dado un impulso significativo a la localidad, convirtiéndola en un punto de interés para nuevas iniciativas empresariales. Las tradiciones agrícolas, con cultivos de cereales y la ganadería extensiva, siguen siendo un pilar fundamental, manteniendo viva la conexión con la tierra que ha alimentado a generaciones.

    Los paisajes que rodean Ólvega son un deleite para los sentidos. En los meses más cálidos, los senderos de “La Sierra” se llenan de familias que buscan disfrutar de un día al aire libre, explorando las rutas que llevan a la emblemática Mina Petra. Este lugar, cargado de historia, nos recuerda el pasado minero de la región, donde el plomo y el hierro fueron extraídos con esfuerzo por hombres y mujeres que se enfrentaron a la dureza de la tierra. La naturaleza aquí es generosa, y el Parque Natural que rodea el Molino Almagre se convierte en un oasis donde la flora y fauna encuentran un hogar.

    Las estaciones del año transforman el paisaje, dotándolo de una belleza cambiante que atrapa a quienes la visitan. En invierno, los senderos de la zona de “El Monte” ofrecen un refugio cálido, donde los habitantes se agrupan en torno a sus tradiciones y celebraciones, manteniendo vivas las costumbres que han definido su identidad. En verano, las aguas del río Añamaza se convierten en el lugar ideal para el descanso, con sus frescos manantiales que invitan a un chapuzón.

    Ólvega, con su historia entrelazada de resistencia y renovación, se presenta como un destino donde el pasado y el presente coexisten en perfecta armonía. Cada rincón de esta localidad es un recordatorio de la fortaleza de su gente y de su amor por la tierra que los ha visto crecer. Así, Ólvega, la Niña del Moncayo, continúa cautivando los corazones de quienes se aventuran a descubrir sus secretos, dejando una huella imborrable en la memoria de quienes la visitan.